Parte I

Benito Juárez fue presidente intermitente de México durante los turbulentos años de 1861 a 1872. Sin embargo, toda su vida abarcó un período de un país en ciernes, una época en la que México estaba a punto de desaparecer como nación. Sin Benito Juárez, México podría no haber existido; o podría haber sido absorbido por las potencias europeas y convertirse en una monarquía permanente, con gobernado por la Iglesia y el rey.
Reinventar la historia como un "lo que pudo haber sido" está plagado de dificultades; nunca se puede tener la certeza de que la alternativa sea realmente lo que habría ocurrido. Pero algo queda claro: Benito Juárez fue fundamental en la creación del México moderno; ningún otro líder mexicano fue más importante en la formación de México que Benito Juárez.
Su ascenso a la presidencia, su exilio y, finalmente, su regreso como presidente de la nación es una crónica fascinante de inteligencia, coraje y tenacidad. Una historia de la pobreza a la riqueza, no en el sentido de bienes materiales, sino como el ascenso de la posición más baja a la más alta. La historia de Benito Juárez se parece a un cuento de hadas, una trama fascinante digna de una novela de Charles Dickens.
Nació de padres indígenas zapotecas que trabajaban los campos en el estado de Oaxaca, el 21 de marzo de 1806, cuatro años antes del inicio de la Guerra de Independencia de México. Sus padres murieron cuando Benito tenía solo tres años y, alrededor de los diez, fue enviado a vivir con su tío paterno, quien lo puso a cargo de un rebaño de ovejas. Pero también le enseñó español y los fundamentos de la lectura.

Todas las mañanas, Benito llevaba al rebaño a un manantial cercano para beber y pastar, mientras él, sentado a su lado, fabricaba flautas con las cañas que crecían junto al agua. La gente pasaba: agricultores con sus mercancías, comerciantes camino a la ciudad, otros pastores con sus rebaños, y a Benito le encantaba conversar con ellos. De ellos aprendió sobre lugares lejanos. Supo de ciudades con caminos pavimentados, grandes casas con jardines interiores, gente que había viajado a tierras lejanas, y quedó fascinado.
Cuando tenía unos doce años, pasó un circo y vio a un acróbata, un forzudo y un oso. Quedó tan encantado que empezó a seguir el circo con sus ovejas a cuestas hasta que se dio cuenta de que alguien había robado uno de los corderos. Temeroso de las consecuencias, regresó a casa de su tío, devolvió las ovejas al corral y esa misma noche se fue antes de que nadie se diera cuenta de la pérdida del único cordero, o de su propia desaparición.

Viajó a la ciudad de Oaxaca, donde su hermana mayor trabajaba como sirvienta para una familia adinerada. Ella se alegró de ver a su hermanito y lo presentó al cabeza de familia, Antonio Maza, originario de Génova, Italia, quien había amasado una fortuna considerable en Nueva España. Don Maza encontró al niño encantador y lo contrató para cuidar su granja de cochinilla. Al poco tiempo, Benito empezó a trabajar para Antonio Salanueva, un fraile franciscano que lo contrató para encuadernar libros e impresionado por sus aptitudes, se convirtió en una especie de padrino y lo envió a la escuela.
La escuela no era un buen lugar para el joven Benito. Los niños, muchos de los cuales provenían de familias criollas adineradas, se burlaban de él debido de ser indígena, por su origen humilde y su escaso dominio del español. Sin duda, estos maltratos despertaron en él el deseo de toda su vida de combatir la discriminación basada en la riqueza y el origen, y la importancia de la educación para los pobres. Pronto abandonó la escuela, pero no el aprendizaje. Benito se sumergió en los libros de la biblioteca de Salanueva y devoró todo, desde textos griegos y romanos antiguos hasta escritos contemporáneos sobre los ideales de la Iluminación. En 1821, Salanueva lo matriculó en el seminario pero esto tampoco le funcionó, pues sus ideales contradecían directamente las enseñanzas ortodoxas.
Dejó el seminario y se matriculó en la Academia de Artes y Ciencias, a la que el clero llamaba "la casa de la prostitución". ¿Por qué? Porque fomentaba ideas contrarias a las enseñadas por la Iglesia católica y porque era independiente de ella. Mientras estudiaba en la academia, Benito Juárez se unió a un grupo estudiantil liberal con aspiraciones de independencia y una nación federal y constitucional. Aprendió francés, inglés y latín. Durante una de las reuniones del grupo estudiantil, Miguel Méndez, el líder, se dirigió al grupo señalando a Benito Juárez y diciendo: «Y este hombre que ven aquí… el tranquilo y reservado… se elevará por encima de todos ustedes. Se convertirá en un gran hombre, la gloria de la nación». Juárez se recibió en abogado en 1831, luego en juez y, finalmente, en gobernador de Oaxaca, donde financio escuelas y a promovió los derechos de los pueblos indígenas. Con estas acciones, se embarcó en una carrera política que duraría toda su vida y en la búsqueda de mejores condiciones para sus conciudadanos.

En ese momento, dos fuerzas luchaban por el control de México: los conservadores, que querían un gobierno regido por un rey y la Iglesia católica, con el apoyo de la clase alta; y los liberales, que soñaban con un gobierno federal constitucional en el que los estados y los ciudadanos dictaran. No podía haber mayor disparidad entre estos dos ideales divergentes.
Mientras se involucraba en todas estas batallas políticas, Juárez encontró tiempo para enamorarse y casarse. Antonio Maza tenía una hija ilegítima a la que él y su esposa adoptaron. Juárez tenía veintitantos años cuando conoció a Margarita durante una visita a la familia. Ella era apenas una niña pequeña en ese momento, pues se llevaban veinte años de diferencia.
Sin embargo, cuando ella tenía 17 años y él 37, ambos forjaron un vínculo y se casaron.

Durante los siguientes 28 años de matrimonio y 12 hijos, su amor y devoción mutuos quedaron plasmados en las numerosas cartas que intercambiaron durante sus múltiples separaciones. A lo largo de las convulsiones sociales y políticas, Benito Juárez siguió siendo la piedra sobre la que se construyó la nación de México, y Margarita fue su guía personal, manteniéndolo siempre con los pies en la tierra y conectado con su familia.
Continuaremos con el resto de la historia en la segunda parte.
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