Una tarde de 1837, un estudiante de diecinueve años se presentó en los pasillos de la prestigiosa Academia Juan de Letrán de la Ciudad de México, integrada por los intelectuales más respetados de la época. El joven vestía ropas humildes y se presentó ante ellos para presentar su tesis introductoria. De su bolsillo sacó varios trozos de papel, de distintos tamaños y colores. Luego, con voz segura y clara anunció el título de su presentación: “No hay Dios. Los seres naturales se sostienen a sí mismos”.
El nombre del joven era Ignacio Ramírez, y sus palabras sorprendieron a los presentes ese día. A pesar de la conmoción que sus palabras produjeron en muchos creyentes acérrimos, encontró a otros que compartían sus puntos de vista y sus brillantes palabras ganaron el respeto de todos. Fue aceptado como miembro de la Academia.
Ignacio nació el 22 de junio de 1818 en San Miguel el Grande, en una casa en Umaran 38. Sus padres, Lino y Cinforoza Ramírez, eran ambos de Querétaro y su padre fue particularmente decisivo en la formación del futuro de Ignacio. Lino Ramírez había luchado junto a los insurgentes durante la Guerra de Independencia de México y tenía fuertes creencias liberales y anticlericales. Se convirtió en vicegobernador del estado de Querétaro y continuó apoyando un gobierno democrático en todo México. Al crecer en este entorno, rodeado de ideas progresistas y con su propio intelecto brillante y sed de conocimiento, no es de extrañar que Ignacio sobresaliera en la escuela y, a la edad de 16 años, fuera aceptado en el Colegio de San Gregorio en la Ciudad de México.
Tras su aceptación en los círculos intelectuales, comenzó a trabajar seriamente para exponer sus ideas progresistas. En 1845 obtuvo el título de abogado en la Universidad Pontificia de México. Ramírez abogó por las reformas económicas, así como por los derechos de las mujeres, y dijo que “la educación es el único camino posible para lograr el bienestar”. Adquirió el extraño e incongruente sobrenombre de El Nigromante: alguien que se dedica a la magia negra y a la comunicación con los muertos.
En la última parte del siglo XIX, el mundo experimentó cambios catastróficos. Las nuevas tecnologías provocaron la industrialización y la urbanización. Más importante aún, los movimientos intelectuales y políticos transformaron el mundo: florecieron la defensa de la razón, el rechazo de la religión, la reforma de las leyes laborales y el impulso hacia los derechos humanos. Estas ideas se engendraron principalmente en Europa, pero también fueron adoptadas y fomentadas en el continente americano. En México, uno de los pensadores progresistas más destacados de ese período fue Ignacio Ramírez.
Ignacio Ramírez se muestra arriba, a la izquierda, en su evocadora pose de poeta y escritor. La foto de la derecha muestra a los miembros del congreso en el momento de la firma de la Constitución de 1857. Ramírez aparece de pie, en la última fila, tercero de la izquierda. Este fue uno de los papeles más importantes que desempeñó en México.
En ese entonces era miembro del Congreso y la nueva constitución resumía la mayoría de sus ideales liberales. Ignacio Ramírez permaneció leal a la causa liberal y en 1861 participó en un atrevido acto de engaño en nombre de los republicanos. Era necesario transportar una gran cantidad de dinero de una parte del país a otra, atravesando territorios conservadores. Ramírez y otros dos, vestidos de sacerdotes, tomaron un carro tirado por mulas en el que escondieron el oro debajo de fardos de heno. Encima de eso colocaron una campana de 500 kilos que decían llevar a una iglesia. De esta manera pudieron llevar el dinero a las fuerzas liberales. Esta audacia llamó la atención de Benito Juárez y se aseguró de mantener cerca a Ignacio Ramírez.
La época en la que vivió fue tumultuosa. México se había independizado de España en 1821, pero con la soberanía nacional vino una profunda división entre los conservadores, que deseaban regresar a la monarquía, y los republicanos con visión de futuro con un gobierno democrático. Los conservadores prevalecieron primero, con la creación del primer imperio mexicano. Agustín de Iturbide fue declarado emperador en 1823, pero duró menos de un año en el trono; fue ejecutado en 1824.
Durante los siguientes 45 años, el país estuvo sumido en una Guerra Civil con conservadores y republicanos compitiendo por el poder. Entre 1846 y 1848, México perdió casi la mitad de su territorio en una apropiación de tierras por parte de los Estados Unidos. Ignacio se alistó en el ejército y luchó contra los invasores; su principal contribución fue su crónica escrita sobre la trágica pérdida de la guerra por parte de México.
Tuvo que abandonar el país en 1864, cuando los conservadores instalaron un imperio francés títere, colocando al archiduque Maximiliano de Habsburgo como emperador de México.
Ramírez regresó del exilio cuando Maximiliano I fue ejecutado en 1867 por orden del presidente Benito Juárez, quien no cedió a las peticiones de clemencia. Juárez afirmó: “No estoy matando a un hombre, estoy matando una idea”.
A Ramírez se le asignaron varios puestos importantes en el nuevo gobierno liberal. Fue designado para la Corte Suprema, y durante su etapa como Ministro de Justicia y Educación, amplió la educación y estableció la educación secundaria, especialmente para mujeres y pueblos indígenas.
Después de la muerte de Benito Juárez, Porfirio Díaz asumió la presidencia en 1876, e Ignacio Ramírez recibió la tarea de implementar políticas para expandir la educación pública. Se desempeñó como Ministro de Justicia y Educación en la administración de Díaz y permaneció en la Corte Suprema hasta su muerte el 15 de junio de 1879.
Setenta y dos años después de su muerte, en 1948 su ateísmo fue objeto de un escándalo. Diego Rivera pintó el mural “Sueño de una tarde dominical”, con Ramírez sosteniendo un cartel que decía: "Dios no existe".
Porción del mural en la Alameda Central. Benito Juárez sosteniendo un periódico, e Ignacio Ramírez, con cabello y barba blancos. A la derecha de Juárez está el rostro de Maximiliano I, con sus ojos azules, barba roja y la corona imperial en la cabeza. El mural no se mostró durante nueve años hasta que Rivera accedió a cambiar las palabras ofensivas.
Su legado como defensor permanente del librepensamiento se resumió en su continuo apoyo a la educación para todos, independientemente de raza o género, plasmado en numerosos libros, ensayos y poesía. Considerado uno de los grandes intelectuales mexicanos, el hijo nativo de San Miguel de Allende, es recordado en uno de los depósitos de arte más bellos de nuestra ciudad, nombrado en su honor: El Centro Cultural Ignacio Ramírez, “El Nigromante”.
Y ahora se ha reabierto la casa de Ignacio Ramírez. Aunque el hombre que nació allí lleva muerto 145 años, la casa ha vuelto a la vida con una nueva apariencia y un lugar que lo enorgullecería. Casa Nigromante, ahora propiedad de la Universidad de Guanajuato, ha sido nombrada Univerciudad: universidad y ciudad, y es un lugar para las artes, la cultura y el aprendizaje. Una opción perfecta para un hombre que promovió todas esas disciplinas y que poseía un gran intelecto. Un héroe para San Miguel y un héroe para los librepensadores de todo el mundo.
El martes 18 de junio estaré dando una presentación sobre su vida y obra en español en Casa Nigromante, Umaran 38, a las 12 del mediodía. El jueves 20 de junio estaré dando la misma charla en inglés a las 5pm. Estáis todos cordialmente invitados.
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